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Institución de ministerios en el Seminario Diocesano

Juan Pablo Grané fue instituido ministro acólito y Julián Núñez fue instituido ministro lector.

Juan Pablo Grané y Julián Núñez
Juan Pablo Grané y Julián Núñez

En la noche del lunes en la capilla del Seminario Diocesano "María, Madre de la Iglesia" dos seminaristas fueron instituidos ministros en su camino de formación.

La celebración de la Eucaristía fue presidida por nuestro obispo Monseñor Héctor Zordán, acompañado de Monseñor Mauricio Landra, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Mercedes-Luján, sacerdotes y gran cantidad de fieles.


Durante la homilía Monseñor Zordán se dirigió a los dos seminaristas:


A Julián le hablo sobre el ministerio de lector

"Julián, siendo ministro lector, tu servicio será proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura en las celebraciones litúrgicas, recitar el Salmo responsorial y enunciar las intenciones de la oración fieles, presidir la celebración de la Palabra en ausencia del sacerdote, incluso en las exequias, instruir a los fieles para recibir dignamente los sacramentos y preparar a aquellos a quienes se encomiende temporalmente la lectura de la Palabra de Dios en los actos litúrgicos. Es importante que no olvides que, más allá del litúrgico, el tuyo deberá ser un servicio al Pueblo de Dios en la catequesis, la evangelización y en bien del prójimo."


Y dirigiéndose a Juan Pablo le hablo sobre el ministerio de acólito

"Juan Pablo, siendo ministro acólito, vas a participar de un modo singular en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia, de cuya vida es cumbre y fuente la Eucaristía, y mediante la cual se edifica y crece el pueblo de Dios. A vos se te confía la misión de ayudar a los presbíteros y diáconos en su ministerio, distribuir como ministro extraordinario, la Sagrada Comunión a los fieles, e incluso llevarla a los enfermos."


"Sin dudas, estos ministerios serán un don para ustedes y, a través suyo, para nuestra Iglesia diocesana, particularmente en este Año Vocacional." Finalizó nuestro obispo.


 

Compartimos la homilía completa de nuestro obispo Héctor:


Los relatos de los milagros de Jesús en el Evangelio –como el que acabamos de escuchar– suelen ser muy significativos, y frecuentemente esconden algunos aspectos que necesitamos desentrañar; hay que escarbar para encontrar con claridad su sentido más profundo.


La escena que se nos relata tiene detalles interesantes. Se nos habla de la llegada de Jesús a una ciudad llamada Jericó, rodeado por los apóstoles y un buen número de discípulos que lo seguían. El ciego, cuyo nombre aquí no se consigna –pero que, por los relatos paralelos de los otros evangelistas, sabemos se llama Bartimeo–, estaba sentado al borde del camino. Escucha el bullicio de la gente que pasa y pregunta qué sucede; le dicen que pasa Jesús de Nazaret. Inmediatamente él comienza a gritar pidiendo su ayuda. Un grito que se hace cada vez más intenso e insistente; se transforma en súplica, en oración: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. El evangelista marca un detalle interesante: “Los que iban delante lo reprendían para que se callara”; y él seguía gritando, suplicando con más fuerza.


Se nos cuenta que Jesús se detiene, lo hace llamar y le pregunta qué quiere. La respuesta del ciego hecha oración: “Señor, que yo vea otra vez”; y Jesús que le dice: “recupera la vista, tu fe te ha salvado”.


El relato termina mostrando a aquel hombre liberado de la ceguera que sigue a Jesús –se hace discípulo– desbordante de alegría.


Es interesante mirar de dónde venían…, qué había sucedido inmediatamente antes: Jesús les había anunciado por tercera vez su propia pasión, su pascua: “el Hijo del hombre será entregado a los paganos, se burlarán de él, lo insultarán, lo escupirán y, después de azotarlo, lo matarán; pero al tercer día resucitará”. No era la primera vez que hacía este anuncio; lo había hecho dos veces antes, pero ellos todavía no entendían nada… Y el evangelista Lucas pone en evidencia la ceguera –ceguera espiritual– de los apóstoles: “ellos no comprendieron nada de todo esto; les resultaba oscuro y no captaban el sentido de estas palabras”. Ellos, los apóstoles, los discípulos –y como ellos también nosotros– necesitamos ser liberados de la ceguera –de esa ceguera espiritual– para poder comprender el misterio de Jesús, sus palabras, su enseñanza. Necesitamos que siempre se renueve en nosotros del don del Espíritu que abra nuestro corazón y nos permita ver y entender... Necesitamos también que la Palabra siempre viva del Señor ilumine nuestros ojos para que podamos ver la vida, el mundo, la historia con ojos de fe, desde la perspectiva de Dios, y no equivoquemos el camino…


La oración del ciego al borde del camino: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!... Señor, que yo vea”, debe ser nuestra súplica cada vez que nos acerquemos al misterio de Jesús en cualquier forma –cuando recibimos los sacramentos, cuando nos acercamos al misterio de la Iglesia, cuando nos encontremos con el pobre y necesitado…–; y también cuando nos pongamos a leer, a compartir la reflexión y a rezar con la Sagrada Escritura.

Julián, vas a ser ministro lector; Juan Pablo, ya lo sos. Antes de ser proclamadores de la Palabra de Dios, deben ser ustedes sus oyentes asiduos, porque para poder acercar la Palabra al pueblo de Dios, antes debe haber echado raíces y madurado en el corazón de ustedes. Y para “captar en sentido de esas palabras” deben tener el corazón suplicante y la disponibilidad de espíritu que tuvo aquel ciego del camino.


Otro detalle que el evangelista San Lucas no deja de subrayar y que nos viene muy bien tener en cuenta nosotros que somos ministros en la Iglesia. El evangelista dice que los que iban alrededor de Jesús reprendieron al ciego para que se callara… Ellos, que iban descubriendo el misterio de Jesús, su fuerza salvadora, el poder de Dios que obraba en Él, y se iban haciendo discípulos suyos, en lugar de ser facilitadores del encuentro de otros con Jesús, eran obstaculizadores; se pusieron entre Jesús y la gente y no la dejaban llegar a Él. El fastidio, la molestia por escuchar aquellos gritos, quizás la dificultad para salirse de su “zona de confort”, pretendieron hacer callar al ciego; fueron un obstáculo impidiendo el encuentro salvador de Jesús con el hombre ciego. Ellos, que deberían haber sido facilitadores, fueron un obstáculo…


Nosotros ministros de la Iglesia –ministros de cualquier tipo, ordenados o no-ordenados– estamos llamados a ser facilitadores del encuentro de nuestros hermanos con Jesús. Estamos para eso; no tiene otra razón de ser nuestro ministerio; el que sea... Nuestro servicio pasa por ahí: acercar Jesús a la gente y la gente a Jesús, desde cualquier ministerio que se nos haya confiado, sabiendo que ese encuentro será, sin lugar a dudas, salvador/redentor para nuestros hermanos.


Y antes de que ustedes sean constituidos ministros por el mandato la Iglesia y la bendición de Dios, viene bien recordar la misión que se les confía en el seno de la comunidad cristiana:

Julián, siendo ministro lector, tu servicio será proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura en las celebraciones litúrgicas, recitar el Salmo responsorial y enunciar las intenciones de la oración fieles, presidir la celebración de la Palabra en ausencia del sacerdote, incluso en las exequias, instruir a los fieles para recibir dignamente los sacramentos y preparar a aquellos a quienes se encomiende temporalmente la lectura de la Palabra de Dios en los actos litúrgicos. Es importante que no olvides que, más allá del litúrgico, el tuyo deberá ser un servicio al Pueblo de Dios en la catequesis, la evangelización y en bien del prójimo.


Juan Pablo, siendo ministro acólito, vas a participar de un modo singular en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia, de cuya vida es cumbre y fuente la Eucaristía, y mediante la cual se edifica y crece el pueblo de Dios. A vos se te confía la misión de ayudar a los presbíteros y diáconos en su ministerio, distribuir como ministro extraordinario, la Sagrada Comunión a los fieles, e incluso llevarla a los enfermos.


Sin dudas, estos ministerios serán un don para ustedes y, a través suyo, para nuestra Iglesia diocesana, particularmente en este Año Vocacional. Disfrútenlo como lo que son –un servicio, ¡nada más que un servicio!–, y pónganlos con generosidad a disposición de la comunidad. Su ejercicio los ayudará a configurarse más plenamente con Jesús Buen Pastor y los preparará para que un día puedan recibir, si Dios quiere, el sacramento del Orden sagrado.


 

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