La Catedral de Gualeguaychú volvió a reunir a fieles de toda la diócesis este miércoles 31 para celebrar la Misa Crismal. Presidida por el obispo Héctor Zordán y con la participación de sacerdotes y diáconos, religiosas y fieles representando a todas las parroquias, en la tradicional celebración se bendijeron los aceites que serán usados este año para los diversos sacramentos, como el bautismo, la confirmación y la unción de los enfermos.
Durante la misa los sacerdotes renovaron también ante el obispo las promesas hechas el día de su ordenación.
Mons. Zordán hizo referencia en la homilía a dos aspectos destacados por las lecturas del día: el ser ungidos y la misión que ello implica. Por eso recordó en primer lugar que “Jesús es el Ungido por el Espíritu, consagrado por el poder de Dios” e invitó a mirarlo, redescubrir su presencia y dejarnos tocar por Él, “que nos ofrece la unción con el óleo del consuelo y de la alegría; sanadora para tantos corazones heridos en estos momentos de mucha oscuridad y desconcierto; en este tiempo de desgarros y de abatimiento”.
El obispo agregó que la unción que hemos recibido en el bautismo y la confirmación ha significado una misión: “ser enviados en medio de los hombres y mujeres que comparten con nosotros la vida, el mundo, la historia, ofreciéndoles el óleo de la alegría y del consuelo”.
Por eso, dijo, “tenemos para ofrecer nuestra experiencia de encuentro con el Señor y la vivencia transformadora de su gracia. Esta es nuestra riqueza y la ofrecemos con alegría allí donde vivimos lo cotidiano”. “Necesitamos redescubrir y dejar que actúe el dinamismo misionero de nuestra vocación bautismal”, remarcó.
Pero también el bautismo nos ha incorporado al Pueblo de los bautizados: “Somos una comunidad de ungidos; y nuestras comunidades no escapan a la dinámica de la unción: “como Jesús, ungidos para ungir”, dijo.
Así, Zordán consideró que “es imprescindible que cada comunidad ofrezca siempre más a la gente de nuestro tiempo el encuentro con Jesucristo” “Es urgente que la acción pastoral en nuestras parroquias, en nuestras capillas, en nuestros colegios, en los grupos y movimientos parroquiales y diocesanos, cuide cada vez más esto: el anuncio de Jesucristo y la invitación a encontrarse con Él. Quizás nos hemos dedicado demasiado a cuidar lo poco que tenemos y a atender cosas que no son esenciales, y nos hemos olvidado de lo fundamental. Si no ofrecemos y cuidamos un encuentro con el Señor muerto y resucitado (…) se desvaloriza o pierde sentido todo lo otro que podamos hacer o aquello a lo que podamos dedicarnos”.
Y finalmente a los sacerdotes presentes les recordó que “fuimos llamados, ungidos y enviados para ungir ofreciendo el óleo de la gracia, de la paternidad espiritual y de nueva la fraternidad, de la alegría y del consuelo, a todos los que se acercan buscando la ternura materna de la Iglesia. ¡Cuánto necesita la gente de nuestro tiempo que estemos dispuestos a ofrecerles con generosidad “el óleo de la alegría”, que nosotros recibimos gratuitamente del Señor!
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